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    La pitaya causó en mi una gran impresión, principalmente porque su aspecto físico me hizo pensar que iba a tener un sabor fuera de este mundo. La pitaya fisicamente parece el huevo de una criatura mística, tiene una forma esférica cubierta por escamas color fuchsia con puntas de color vede chatré. Al picarla a la mitad, por dentro guarda una pulpa blanca o fuchsia con muchas semillitas negras, sin embargo su sabor es casi inexistente. La pitaya tiene un leve sabor dulce, sin ningún tipo de tonalidad ácida o floral. De primera instancia había quedado desilusionada, pero su gran aclamo me hizo querer estudiarla y tengo que decir que es tan grandiosa como se ve.

    La pitaya es un alimento alto en antioxidantes, estos nos ayudan a reducir el daño celular y por ende posibles inflamaciones e inclusive la progresión de tumores carcinogénicos. La pitaya roja contiene betacianina y la amarilla betaxantina, ambos son compuestos no esenciales que se encuentran en los pigmentos de la planta y tienen efectos antioxidantes. La pitaya también es alta en vitamina C, la cual no tan solo juega papel de antioxidante, además es importante para el sistema inmune y la cicatrización de tejidos. Cuenta en menor proporción con vitamina E y A, ambas magníficas en reducir el estrés oxidativo.

    La pitaya es alta en fibra, la cual nos ayuda a regular el sistema gástrico y a prevenir el estreñimiento. Su fibra es particularmente alta en oligosacaridos, estos cumplen función de prebióticos. Los prebióticos son básicamente la comida de los probióticos o bacterias positivas que viven en nuestro sistema gástrico. Los probióticos son nuestra primera línea de defensa y ayudan a que no pasen bacterias dañinas a nuestro cuerpo, pero también ayudan a la absorción de nutrientes y a la lubricación de los intestinos. Cuando les damos de “comer” oligosacaridos prevenimos su disminución y promovemos su propagación.

    La pitaya, además nos ayuda a preservar la salud cardiovascular ya que sus pequeñas semillas son altas en omega 3. Los omega 3 ayudan a disminuir triglicéridos y a aumentar el colesterol bueno. También previenen la formación de placas arteriales y ayudan a la desinflamación de tejidos resultando en una presión arterial adecuada.

    Esta fruta puede que no sea la más rica en sabor, pero sus beneficios me invitan a integrarla a mi dieta. Su sabor es sutilmente dulce por lo que la hace tremenda alternativa para mezclar con otras frutas en forma de batida. También se puede añadir a ensaladas de fruta que contengan cítricos para ayudar a atenuar los sabores fuertes o a ensaladas de hojas para añadir un componente de humedad, color y textura. Espérala este mes en la bolsa de PRoduce y no dudes en contarnos cómo la integraste a tu plato.

    Gabriela Tirado Acerca del autor

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