“Lulo es una fruta que probé en Colombia. Es bien refrescante, como un jobo con consistencia de tomate. Cuando nace mi hijo, Luka, le decía Lulo de cariño y me gustaba la palabra. Era corta, era fresca y yo también hago muchos postres con frutas locales como el ‘parcha pie’”, nos explica Andrea Santiago Rodríguez sobre el “Lulo” de Lulo’s Sweet & Savory.
De la segunda parte del nombre, explica la dueña de esta empresa: “El ‘sweet and savory o salty’ es lo que nos diferencia de otras reposterías, porque la sal es necesaria para mantener el balance en los postres. Casi todos los postres son un bloque de azúcar que te empalaga y ya. Pero cuando le añades toques de sal e ingredientes que son ‘savory’, le añades otros elementos que le dan complejidad, balance, como un ‘deepness’ que los hace más interesantes”.
¿El resultado? “Dicen que las galletitas son adictivas…”
Lulo’s Sweet and Savory lleva ya 5 años en Santurce, cerca de la Calle Cerra. Le pedimos a Andrea que nos hablara de las delicias dulcesaladas que elabora allí.
Primero están las famosas galletitas, que llevan “medallones de chocolate, que pico con cuchillo. Realmente no es un ‘chocolate chip’, es más un ‘chocolate chunk’”.
“Cuando se colocan en la bandeja se añade una pizquita de Maldon Salt, una sal artesanal hecha a mano, bien especial, bien bella, que a los chef nos encanta. Ese definitivamente uno de los toques que se siente cuando te la comes, y también visualmente. Tiene un grosor perfecto, son como unos triangulitos bien lindos”.
Por su parte, el “toffee” —que no igual al “brittle”, aclara Andrea— “es un caramelo duro que contiene mantequilla, y otros secretitos que le añaden un crujiente sin romperte los dientes”.
“Comenzamos tostando las almendras crudas y luego se pican. La base del ‘toffee’ es mantequilla y azúcar granulada regular. Se cocina hasta llegar a cierta temperatura. Se le añade sal, se mueve, se vierte sobre las almendras. Es un proceso bien delicado porque, como sabe el que ha hecho flanes, las peores quemaduras vienen del caramelo”.
“Al final esparcimos todo sobre las almendras y se vierte la pizca de Maldon salt que es el toquecito de nosotros, y le da ese efecto especial al ‘toffee’. Esperamos que seque y entonces lo podemos romper en pedazos, sin forma específica”.
Según Andrea nos cuenta su historia, su hijo Luka emerge como un participante central. “Estudié artes culinarias. Quería enfocarme más en la repostería, pero no es hasta que estoy embarazada, que nace él, que digo tengo que hacer algo que pueda estar con él, y a la misma vez generar”.
Hoy, la rutina de trabajo se conjuga con la rutina de su hijo: “Tengo que pautarme para estar aquí de 8am a 2pm, durante su horario de escuela”. Por las tardes, combinan los días de compras, producción, entregas y despacho al cliente, con las rutinas de Luka, como sus terapias y clases de surfing.
Esta experiencia la ha hecho consciente de las dificultades —e injusticias— que sobrellevan las madres empresarias. Por ejemplo, durante la pandemia, “al principio era muy difícil realizar las compras. Los niños no podían entrar a los supermercados y yo lo hago todo yo”. Por otro lado, “la situación de la escuela exacerba todo para las mujeres madres que trabajamos”.
“Muchas han tenido que dejar sus carreras; en ese aspecto me considero que tengo un super privilegio que puedo hacer las dos cosas simultáneamente, aunque sea duro… Me empujó a hacer lo mío, a tomar las riendas del asunto, pero es una problemática que afecta mucho a las mujeres con sus carreras”.
Antes de despedirse, Andrea toma un momento para agradecer a sus clientes: “Hay veces que está bien lento, o tiene mucho trabajo, uno se quiere quitar y de momento llega un mensaje: ‘Wow, probé esto y es lo mejor que he probado, qué talento’. Te dan energía y ese ‘fuel’ que uno a veces necesita. No es hacer un bizcocho y ya. Los negocios comprenden un montón de otros ámbitos. Si no fuera por mis clientes y su ‘feedback’ constante… Son mis cheerleaders”.