En un viaje a Suramérica, José Ortiz descubrió por casualidad una fruta maravillosa y quedó encantado con ella. Hoy dedica la finca Monte Grande en Aibonito al cultivo de la pitahaya, en inglés conocida como “dragon fruit”.
Sin duda su primera experiencia con la pitahaya fue similar a la de todos nosotros: asombro total ante esta fruta con una corteza gomosa de un color rosado subido y escamas verdosas que terminan en amarillo, protegiendo una refrescante carne blanca, rosada o magenta con semillitas negras.
Cuenta José que nació y se crió en una finca, y luego estudió Agronomía. “Esto es mi vida y mi vocación. Compré esta propiedad para mudarme aquí aproximadamente hace 7 años. Yo fui productor de frutas desde el 2000 hasta el 2005”.
Luego de dejar la finca anterior que compartía con su hermano, buscó otro terreno para empezar un nuevo proyecto, siempre relacionado a frutas. “En este caso, la finca está ubicada en una zona semiárida donde las temporadas de lluvias son bien marcadas y limita un poco mis opciones”. Pero resulta que esa limitación fue una ventaja para las pitahayas.
La pitahaya “afortunadamente es un cactus que se adapta a las condiciones que tiene mi propiedad. De ahí en adelante seguí comprando variedades y probando hasta que logré identificar qué variedades se adaptan a mi finca. Estamos en un proceso de ver cómo el mercado acepta el producto y pensando en el futuro”.
¿Cómo es el cultivo de esta fruta? “La pitahaya es un cultivo de poco mantenimiento. El trabajo arduo es hacer la siembra, ya que necesita un soporte. Es lo más complicado porque hay que hacer un hoyo, colocar un poste, luego traer las plantas del semillero, sembrarlas y verlas crecer como por año o año y medio hasta que la planta llega a su punto adulto”.
Hay gente que les tiene miedo a las espinitas del cactus, pero José resuelve eso con unos guantes fuertes. “El mantenimiento requiere que se pode la planta e ir dejando las ramas que quieres para amarrarlas al poste hasta que la planta llega a dominar todo el poste”.
“Es un fruto de temporada, así que los trabajos varían alrededor del año. La época seca de nosotros es de noviembre a marzo. Con las lluvias de abril y mayo, la planta florece y la cosecha comienza en julio. De julio a octubre estamos cosechando frutas”.
Afortunadamente, dice José, “el negocio realmente no se vio afectado ya que cuando empezó la pandemia yo no tenía frutas que vender. Cuando empezó la temporada de cosecha ya la gente estaba más adaptada a la pandemia”.
Como muchos, José pudo aprovechar la gran pausa provocada por el COVID-19 para atender la finca con calma y reflexionar: “Esto fue una oportunidad para tomar mi tiempo y trabajar más en la finca. Pude pensar más en los planes futuros”.
¡Y ahora no da abasto! “Yo vendo frutas cada dos semanas aproximadamente y todas las semanas me están pidiendo. No puedo cumplir con la demanda, pero es bueno porque me abre oportunidades a futuro. La última vez se vendieron todas las pitahayas en un día”.
Dice José que para él la agricultura es una filosofía de vida. “Enseña a uno que tiene que plantar algo con la esperanza de que va a salir bien, trabajar duro para que den frutos y combatir las plagas, malezas y enfermedades. Al final, la satisfacción de poder producir algo es grande”.
Crear de la mano de la naturaleza es su inspiración y su legado: “A mí me motiva coger un pedazo de tierra baldío y poder hacer que produzca algo donde antes no había absolutamente nada. Quiero que esto sirva como una escuela para mis hijos también”.
José termina diciendo: “Gracias por la acogida de la pitahaya y gracias a PRoduce por ser un socio en esta aventura. Es una ayuda grande para nosotros los que estamos experimentando con productos nuevos”. Con productos así, ¿quién se puede resistir?